lunes, 11 de abril de 2016

La semilla da sus frutos

Porque siempre fue una niña poco sociable, esa que siempre jugaba sola, si alguien  no se acercaba a ella, ella no se iba a acercar a nadie...
Siempre fue una niña con un sonrisa en la cara e intentaba  disimular  el dolor que tenía dentro de no ser como las demás niñas...
Un día estaba sentada en un banco de aquel patio del colegio  y veia a un grupo de niñas entre 8 y 9 años -ojalá  tuviera mi grupito- pensaba la niña en voz alta. Lo cierto es que ella se veía diferente porque todas las niñas eran guapísimas,  y todos los compañeros se fijaban  en aquel grupito  de tres, una de ellas era lo más de lo más por venir de Reino  Unido  y ser la típica guiri rubia con ojos azules que  sacaba notazas. Odiosa. Definitivamente.
Pues a esa niña siempre la tachaban  de rarita, por llevar gafas, ser más bajita de lo normal, y que nada se le diera en especial  bien.
En casa tenía un hermano   que lo hacía todo bien, deportes, estudios, belleza. Lo tenia  todo el jodio'. Claro está  que esto no ayudaba  a la autoestima de esa niña...
Pasaron  los años, creció, consiguió  tener amigos escasos  pero  los tenía. En su familia todo era muy complicado, nada más  que  había rivalidades entre unos y otros, y como no favoritismos y esa niña  siempre era la oveja negra, por ser de donde venía, por el padre que tenía,  entre muchas cosas más.
Entre las rivalidades de los mayores, le salpicó y no sólo eso sino que sufría por ello.
Cuando tuvo la edad suficiente se alejo de aquel sufrimiento, pero aún así el sufrimiento  y los problemas le persiguieron de por vida 

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